Para los calpinos de hoy en día. Sobre todo, los más jóvenes, puede parecer impensable que en tiempos pretéritos las condiciones de vida de la sociedad calpina eran muy diferentes. Al ciudadano del 2000 acostumbrado a disfrutar de todas las ventajas que la sociedad de consumo ofrece- varios coches por familia, toda clase de electrodomésticos, viajes, etc, - le puede sonar a chino que hasta hace pocas décadas, no todas las familias disponían de una simple bicicleta o que las mujeres de la casa tenían que ir a lavar la ropa al río o donde podían.
La situación en nuestra villa hace muchos años era de indigencia, de opresión y analfabetismo. Fueron las épocas del cólera morbo, del paludismo. Los pobres- que eran la mayoría- sólo tenían para comer “ pa de dacsa”, tocino, algarrobas e higos secos.
La agricultura calpina fue siempre pobre y el mar difícil de trabajar. El salario medio por un día de trabajo, de sol a sol, era de 1,50 pesetas en 1897.
En el primer caso, la propiedad de las tierras más productivas estaba en manos de terratenientes foráneos. A finales del siglo XIX las grandes fincas calpinas, como la Casa Nova ( dos millones de metros cuadrados), finca del Plá, finca la Manzanera, las fincas de Casa Agueda (800.000 metros), las Aduanas o la Casa Pusa entre otras de menor entidad, pertenecían todas a la familia de los Feliu. La finca del Cocó a José Atanasio Torres, la finca de la Empedrola (700.000 metros) y la Benicolá a Francisco Pascual Torres, la finca del Noro también pertenecía a la familia Torres. La finca de L´Enchinet, la Calalga, la Cometa y varias casas en el pueblo ( una de ellas de tres plantas, sita en la calle del Cementerio, estaba valorada en 2.640 pesetas y era la casa más cara de Calpe) a la familia Abargues Domenech. El propietario más importante de la época fue José Abargues Feliu. Todas estas familias, los Abargues, los Feliu, los Torres, los Piera, los Andrés o los Orduña - la mayoría beniseras- emparentaron entre sí merced a matrimonios, lo cual les permitía controlar la comarca y como no podía ser menos nuestro término.
En el caso de nuestros marineros la situación no era mucho mejor. En épocas más antiguas estaba el peligro de la piratería o de las prohibiciones de la pesca del Bou. Con posterioridad, las vedas impuestas por el Ministerio de Marina desde Mayo hasta Septiembre y que no facilitaban ciertamente la labor ya de por sí difícil, de los pescadores que no podían exportar (al igual que los agricultores) sus productos más que por mar o a lomos de caballerías y por caminos de herradura, las más de las veces, intransitables y peligrosos.
El caso de Benissa- a pesar de tener sus casas toda la oligarquía de la época- con ser mejor que el nuestro, tampoco era muy bueno que digamos. Leamos algunos párrafos del periódico El Centinela del día 31 de Julio de 1905 “ no tenemos aún ferrocarril, ni carreteras, ni aún caminos municipales para poder atender al cultivo y al producto de nuestros ricos campos”. Se quejan de “no tener una fuente pública cuando tan cerca están las aguas y hayan de ir las mujeres con sus cantaros a la cabeza y los hombres con sus pollinos a la fuente de Orchelles, cerca de un kilómetro, por una pendiente a calvario parecida”. O de que, “ el vasto campo de este término sólo tiene caminos de herradura malísimos y en muchos puntos ofreciendo peligros”.
Las calles eran todas de tierra. Veamos que nos cuenta El Centinela. “ La inmundicia en las entradas del pueblo, las aguas sucias vertidas en las calles a todas horas, los corrales de ganado dentro de la población, las aguas mezcladas con los residuos del vino en la limpieza de pipas y lagares, los sobrantes de los molinos de aceite y la sangre, ceniza y aguas de la matazón de cerdos formando arroyuelos por las calles”.
¿Y que teníamos en Calpe?. Pues, más o menos lo mismo. Como la mayoría de las casas no tenían corral o este era de reducidas dimensiones, no había más remedio que acudir todas las mañanas con los restos de aguas fecales y demás basuras a tirarlas en los alrededores del pueblo. Los lugares de costumbre eran; el Camí de la Mana (actual plaza Manuel Miró) los alrededores de la Glorieta (plaza Constitución) y aledaños de la actual calle de Murillo. Todos estos lugares se encontraban fuera del segundo cinturón de murallas, construido en 1747. De ahí el apelativo de “ir a la muralla”.
Al no haber fuentes en las cercanías del pueblo, el suministro se hacía antiguamente desde el Pou Salat, que por cierto, se limpia en 1897 al coste de 15 pesetas y 10 días de trabajo.Uno de los aguadores más conocidos fue el “ti Petit, que acarreaba agua a domicilio. Más tarde, en 1878 se perfora un pozo, el llamado Pou Roig y se traen las aguas cerca de la población. Aunque en épocas de escasez, rotura o limpieza, tenían que volver las mujeres a buscar agua al Azud del Quisi, al Pou dels Mariners o al propio Pou Roig.
Ciertamente la vida no fue fácil para nuestros antepasados, sin luz eléctrica, sin agua, sin carretera hasta 1890 ( de tierra hasta 1932 en que se asfalta) y recién terminada se tardaban 3 horas a Altea y 2 a Benissa. El tren no pasa por Calpe hasta 1915.
Las enfermedades hacían mella en las gentes, especialmente las temidas fiebres del paludismo, producidas por las picaduras de los mosquitos del hondo del Saladar y del charco que se formaba a la desembocadura del barranco del Quisi.
La plaga de la Filoxera a principios del siglo XX arrasó todos los viñedos de la comarca y obligó a gran cantidad de calpinos a emigrar a América, Argel y Oran.
La vida política estaba marcada a finales del Siglo XIX por el caciquismo de los Orduña que dominaban la comarca. Especialmente Benissa y Calpe, gobernados por el partido conservador.
En la época era muy corriente usar toda clase de triquiñuelas para desbancar al adversario político. Desde darlo de baja en el censo de contribuyentes, con lo cual no podía votar. Las leyes de sufragio restringido sólo permitían votar a aquellos vecinos con más de 400 reales de contribución. En 1854 pudieron ejercer ese derecho 63 electores calpinos y tuvieron que ir a Benissa a votar.
Como botón de muestra esta el caso de José Feliu y Rodríguez de la Encina vecino de Benissa y alcalde en 1884 de esta misma población por el partido liberal. El Ayuntamiento de Benissa gobernado por los conservadores orduñistas lo da de baja del censo en Abril de 1902 y obliga al Ayuntamiento de Calpe a reunirse en sesión extraordinaria para declarar al señor Feliu como vecino de Calpe contra su voluntad, argumentando que pasaba largas temporadas en su finca del Plá.
Si algo había bueno en el sistema de vida antiguo, era la seguridad y la solidaridad entre los vecinos. Casi todas las casas sin excepción, estaban permanentemente abiertas o con la llave puesta. Todos se conocían y compartían penas y alegrías.
Andrés Ortolá Tomás
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