El empuje económico experimentado en nuestra comarca durante la segunda mitad del siglo XIX vino propiciado por la apertura y acondicionamiento de nuevas vías de comunicación que permitieron la mejora del tránsito de personas y mercaderías. Los antiguos caminos de herradura, penosos por su deterioro y accidentados por los desniveles, dieron paso a viales terraplenados, con cimientos, capas de firme, desagües y alcantarillas, que facilitaron el tráfico de carretas y el desplazamiento de viajeros por medio de galeras y tartanas. El día 21 de Diciembre de 1867 se inician las obras de la carretera de Alicante a Silla a su paso por Calpe, trabajos dirigidos por don Joaquín Antonio Cendra de Monserrat “Mayorazgo Cendra”. Estas incipientes infraestructuras impulsaron la erección de establecimientos hospederos destinados a ofrecer alimento y descanso -comida caliente, bebidas y lechos de paja- a transeúntes y mayorales, a la vez que procuraban piensos y asistencia veterinaria a las caballerías. Su situación estratégica también permitió la localización de nuevos puntos de recogida y entrega del servicio de correos que pasó a realizarse por medio de estas diligencias, en sustitución del milenario sistema de distribución de valijas por mensajeros a caballo.
Entre los años 1870-1880 se edificaría la llamada Venta del Cañero, apostada junto a la nueva carretera y situada a un kilómetro de nuestra población; se componía de un piso bajo, con gran portalada, y uno alto destinado a almacén y cambra. La nueva obra fue promovida por el benisero Bautista García Tró (1827-1892), el “Cañero” –oficio de tradición familiar- quien había casado el día 1 de Marzo de 1849 con María Ángeles Planells Tró, de veinte años de edad. Nuestro Bautista era hijo de Bautista García Guixot, de José y Francisca, quien a su vez había contraído nupcias el 30 de Julio de 1816 con Francisca Ventura Tró Ibáñez, de Sebastián y Jerónima. La nueva venta pasó a ser regentada posteriormente por el hijo, Bautista García Planells, nacido en 1861, auxiliado por su esposa, la también benisera Vicenta Crespo Escrivá.
A partir de las disposiciones del gobierno de la república en 1873, se había instaurado el servicio de Correos Alicante a Denia que por primera vez hacia entrega de cartas y periódicos en Calpe y Benitachell. La conducción se realizaba a caballo, recorriendo los 110 kilómetros del trayecto en 19 horas, incluidas las detenciones. La multa por retrasos ascendía a 25 pesetas. A fin de asegurar un buen funcionamiento de esta importante prestación, la administración principal de correos de Alicante estableció los puntos donde debían de verificarse los cambios de caballerías mayores. El contratista también se veía obligado a conservar las maletas en buen estado, libres de humedad y deterioro.
A partir de 1880 el servicio de viajeros y correos pasó a ser cubierto por una compañía de diligencias que partían desde Ondara con dirección a la capital. Las protestas de los usuarios eran continuas por la falta de puntualidad en los horarios de salida y llegada y por el deplorable estado de las tartanas, sucias y deterioradas, que en muchos casos adolecían de cristales, hecho que sometía al pasaje a sufrir las circunstancias meteorológicas adversas y a padecer las polvaredas ocasionadas por la sequedad de los caminos. El accidentado paso del Collado de Calpe, junto al Mascarat, obligaba a que los viajeros tuviesen que abandonar la galera y subir y bajar el puerto a pie en prevención por los numerosos accidentes que provocaban la extrema pendiente y escabrosidad del terreno. En este mismo año la diputación provincial realizó obras de habilitación de un camino interino para salvar esta dura ruta aunque las circunstancias no mejorarían hasta 1885 con la conclusión del puente que salvaba el impresionante estrecho. Un año más tarde esta obra civil fue derribada por la gran avalancha de aguas causada por un fuerte temporal, y no quedó reconstruida hasta algunos años después.
En 1893 la Venta fue valorada en 800 pesetas según tasación practicada por la Junta Pericial del ayuntamiento de Calpe. Las dificultades económicas del consistorio eran tales que la administración municipal se vio obligada a anular el sueldo del cartero responsable de conducir la correspondencia, desde la venta a la villa y viceversa, Andrés Femenía Boronat, quien renunció a realizar esta función al ver suprimidos sus emolumentos.
En 1905 el servicio no había mejorado en demasía, y era cubierto por la empresa de coches diligencia del Vergel, que prestaba comunicación hasta la capital alicantina. Las quejas eran constantes en cuanto al precio del pasaje, rapidez y calidad de los vehículos. Pequeños empresarios de Benisa, y Altea se combinaron para ofrecer una asistencia alternativa a lo que la compañía del Vergel respondió con fuertes reducciones en los precios. Eliminada la competencia de pasajes, éstos fueron debidamente incrementados. El horario de las diligencias provocaba continuas molestias y gastos a los viajeros pues las interminables paradas del trayecto establecían su duración; de Calpe a Alicante, a unas doce horas en el mejor de los casos. El precio del billete excedía las 4 pesetas. Dos años antes, en 1903, el ayuntamiento de Calpe tuvo que contratar los servicios de José Grimalt Ivars para recomponer el camino de Calpe a la Venta del Cañero, dado su lamentable estado de conservación. Por estos trabajos, y el de adecentamiento del vial de la villa a la Fosa, el contratista percibió la suma de 195,75 pesetas.
En 1887 había nacido en Benisa Bautista García Crespo quien dirigió la venta junto a sus padres. Casó en Calpe con Josefa Cholvi Monserrat, y de este matrimonio nacería Teresa García Cholvi en 1922. Cinco años más tarde, Bautista fallecía a la temprana edad de 40 años, afectado por unas fiebres tifoideas. A partir de este suceso, el establecimiento pasó a denominarse Venta de la Cañera. A la muerte de Bautista se hace cargo de la venta su madre Vicenta que continuó ofreciendo el servicio de comidas y de hospedaje, ayudada más tarde por su nieta Teresa.
Hasta la instalación del trenes en 1915, el transporte de la correspondencia lo realizaba la diligencia, que pasaba por la Venta de la Cañera sobre las tres de la madrugada en dirección a Alicante y procedente de Vergel, hasta cuya localidad eran transportados el correo y los pasajeros en el tren Valencia- Denia. A las doce de la mañana hacía su llegada a Calpe otro coche en sentido contrario. El encargado de recoger y llevar la saca de la correspondencia desde la población subía andando a dicho lugar con su bolsa de cuero y una media de veinte cartas diarias. Disponía el operario, frente a la venta, de una pequeña garita para guarecerse de la lluvia y otras inclemencias del tiempo mientras esperaba la llegada del carruaje.
Calpe, en estos momentos de su historia, comenzaba a recuperarse lentamente de los rigores de una época muy difícil. Un pueblo eminentemente pescador había visto como muchos de sus hijos debían de emigrar a otros puertos por la escasez y la necesidad, hecho que tuvo muy serias consecuencias para las familias de la mar que se vieron fragmentadas y unidas desde la distancia. El campo iniciaba un leve proceso de mecanización que quedaría abortado en los albores del fenómeno urbanizador. Las silenciosas carreteras, apenas concurridas por lentos vehículos y aparatosos autobuses de viajeros, fueron abriendo paso a un más vigoroso pulso de vida y prosperidad. Llegaría el teléfono, los pavimentados, los primeros forasteros europeos, las costumbres avanzadas…
En los primeros años de la década de 1950 el caserón – regentado por Vicenta Crespo y su nieta Teresa- es alquilado por el matrimonio formado por Francisco Camáñez Fabregat y su esposa Maria Crespo, ambos con una dilatada experiencia hostelera adquirida en el entonces selecto y afamado Parador de Ifach. La pareja modernizó y amplió las instalaciones del establecimiento habilitando una pista de baile que convirtió a la antigua hospedería en un nuevo y popular punto de encuentro para la juventud de aquel tiempo.
Por parte del calpino Jerónimo Vengut Ferrer se instaló un servicio de gasolinera en el lugar, al principio en bidones y con bomba manual y más tarde con una bomba fija, para satisfacer las demandas de carburante de la pequeña sociedad local
A su vez, los inquilinos ofrecieron un servicio de paquetería concertado con las pocas agencias de transporte que operaban en aquellos años. Dado el buen hacer culinario del matrimonio, el bar y el pequeño restaurante funcionaban a pleno rendimiento y era muy habitual para gran cantidad de calpinos subir a pie hasta él para tomar el aperitivo y escuchar los compases de la orquesta. Eran célebres las tertulias mantenidas por muchos personajes locales de entonces -el secretario municipal Soler, Juanito “Mola”, Pepito “Don Pedro” entre otros- que intentaban no faltar nunca a su cita diaria de esparcimiento y conversación apacible. A mediados de los 50 se hizo cargo de la venta la propietaria Teresa García y su marido Eusebio Caballero. La tradición familiar ventera continuaba intacta.
Años más tarde nuevos inquilinos consiguen mantener –con mejor o peor fortuna- el lugar abierto .Hasta que nuevamente se hace cargo de la venta uno de los hijos de Eusebio y Teresa, Lorenzo Caballero García, el cual trata de revitalizar una actividad que sus antepasados habían mantenido durante varias generaciones. Finalmente cierra sus puertas en el año 1984.
La centenaria Venta de la Cañera, demolida en 1988 para adecentar los accesos a nuestra población, fue testigo mudo durante décadas del trasiego incesante del camino. Y en ese punto de conexión entre la larga vía que transcurre y pasa, y la blanca fachada que sienta y permanece, se disparan hoy, virtualmente, las incontables y eternas imágenes de sucesos olvidados y personas desaparecidas. Ese camino que antaño fuera angosto y polvoriento, es en la actualidad una importante y moderna arteria plena de velocidad y ruido. La Venta, por el contrario, perdió su utilidad y entró en una triste decadencia. Su desaparición por derribo fue sacrificio y pérdida dolorosa, muerte que vino a dotar de amplitud y belleza al propio camino que en el pasado le dio sentido de existencia y la vio nacer.
José Luis Luri Prieto
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